FEATURE: Vivir en una comunidad de vecinos - observado por un periodista alemán

El otro día pasó por mi casa Luisa, la del tercero derecha. Es fácil saber que es ella, porque siempre toca el timbre impacientemente (Toco el timbre como soy, dice) como si se tratase de una emergencia que no permite ni cinco segundos de demora. Ay mi hijo, ¡qué calor! A mí me suda la frente a chorros. Carlos me dice: Tú sudas mucho, mamá, y tiene toda la razón. Con estas temperaturas, lo mejor es ducharse mucho. ¡No hay nada más bonito en el mundo que una ducha refrescante! ¿Nada más bonito en el mundo? Tienes razón, chato, hay dos cosas más bonitas. Evacuar y hacer el amor. ¿¿Evacuar?? Sí, sí, cuando realmente tienes mucha presión y te sientas en el wáter... Se rió como una niña que ha hecho un comentario muy travieso. Ay, ¡que cosas digo!Los bueno vecinos siempre hablan de los demás vecinos. Hace poco me encontré en el portal con Inés, la del segundo izquierda. Inés es una señora que ya ha pasado los 60, educada, cuidada, marchosa, y muy atractiva. Hola Inés, ¡qué guapa estás hoy! (Es de las primeras cosa que aprendí en España, que un piropo no hace daño, que alegra el día a cualquiera. ¡Qué tímidos solemos ser, en cambio, los alemanes!) Hola, majo, ¿qué tal estás? Bien, bien. Lo único, que ya no aguanto muy bien las obras del tercero izquierda. ¡Ya llevan casi seis meses! Tú lo estarás sufriendo más. Sabes, tanta obra, y me parece que no lo están haciendo del todo bien. Eché un vistazo, y dejan la casa con una sola habitación, y luego ese segundo baño, pequeño y sin ventanas, no sé. Como ellos quieran. Por lo menos van a tener una casa muy lujosa, con calefacción debajo del suelo y un falso techo para el aire. Inés me tocó el brazo en un gesto de complicidad. Van a ser los pijos de la casa. Pero son muy majos, medio protesté. ¡Majos somos todos en esta casa! sentenció Inés. Y nos reímos contentos de nuestro propio optimismo.Por lo menos una vez al año organizo una fiesta en mi piso que dura hasta las seis de la madrugada. Y sé que fastidio a mis vecinos. Aprovecho la ocasión para pedirles disculpas. Luisa, la del tercero derecha, es la que más me ha dado a entender cómo molestan mis fiestas. Incluso durante mi primera semana en la casa: Acababa de comprar el piso, los albañiles habían empezado a tirar tabiques. El sábado invité a una docena de amigos para la primera fiesta en mi nueva casa. Por cierto, muy romántico, con unas velas de cementerio, una minicadena del Todo a Cien y una pista de baile limitada por los escombros. Un par de días o tres más tarde me encontré por primera vez con Luisa. Ya nos hemos dado cuenta que eres un chico muy alegre, me dijo con malicia. Yo temía lo peor para la futura convivencia. Por entonces todavía no sabía que Luisa se convertiría en mi vecina más adorable. Lo que son los tópicos: tampoco sabía que los españoles son muy poco festeros.Cuando el otro día Luisa, la del tercero derecha, pasó por mi casa, en principio no vino para confesarme los placeres más íntimos de su vida. Lo que pasa con Luisa es que tiene la cabeza llena de experiencias, sentimientos e historias que necesitan salir a la luz del día. Con Luisa, Almodóvar tendría una bonita alternativa para los papeles que le suele asignar a Chus Lampreave. ¡Estas ganas de hablar! Yo encantado, porque Luisa es graciosa y no tiene sentido de la vergüenza cuando esta sobra. Imposible olvidar cómo nos explicó con todo lujo de detalles la liposucción a la que se había sometido hacía algunos años. Una es coqueta y eso - indicando su barriga - ya no quedaba muy bonito. A lo que iba: El otro día Luisa pasó por mi casa para hablar del piso de la portería. Luisa es actualmente la presidenta de la comunidad de vecinos, yo lo fui el año pasado, con ella como vicepresidenta, y desde entonces hemos mantenido la costumbre de hablar sobre todos los desastres del edificio. Bueno, ella ha mantenido la costumbre de compartirlo todo conmigo, aunque ahora hay una nueva vicepresidenta,Sandra, la del segundo derecha, que solo lleva un año con nosotros: Para que se acostumbren a lo malo, a los nuevos les endosamos la presidencia a la primera de cambio. Pero Luisa, lo primero que hace cuando hay nubarrones en el cielo azul de la convivencia vecinal, es acudir a mí. Como estás todo el día en casa..., me dice, disculpándose. No, no, está bien, ven. Cuéntame.En nuestra casa, por supuesto, se hacen las cosas en el último momento. Carlos, el hijo de Luisa, la del tercero, ya hace diez años, en su época de presidente, presentó unos presupuestos a los demás vecinos para una reforma general. Estás loco, tanto dinero, le espetaron los demás. Yo, todo ingenuidad, intenté algunos años más tarde lo mismo. Hablé personalmente con todos los vecinos, a todos les pareció fenomenal, pero el día de la verdad hubo uno que dijo que no y por arte de magia ya nadie quería invertir tanto dinero a la vez. Ahora lo hacemos por partes, lo que nos cuesta en cada ocasión más o menos lo que nos habría costado la reforma general. Pero las cifras no son el fuerte de los vecinos españoles. Por lo que me han contado, es una experiencia muy extendida. Creo que sacrificaría un diez por ciento de la simpatía de los españoles por un poco de sentido común. Pero nadie escucha mis plegarias.Martin, tenemos que hacer una reunión de vecinos, por lo del piso de la portería, me dijo finalmente Luisa, sudando. Hay que saber que se nos fue el inquilino que teníamos, de un día para otro, sin pagar el alquiler de los últimos cuatro meses. A ver qué hacemos ahora, si lo alquilamos o lo vendemos.La reunión cayó en martes. Por la tarde me llamó una amiga, a ver si quedábamos. No puedo, tengo reunión de vecinos. Percibí el susto en la voz de mi amiga. ¡Que te sea leve! Ella misma sabía que era un deseo imposible de cumplirse.Lo curioso de las invitaciones para las reuniones de la comunidad son las dos convocatorias, esta vez una para las 7 y media, la segunda para las 8. Aprendí muy rápido que uno se puede olvidar de la primera convocatoria y que la segunda tampoco empieza a la hora indicada. Nunca he averiguado qué sentido tienen esas dos convocatorias. Los españoles lo aceptan con resignación: Tío, basta con saber que la segunda es la que cuenta. Esta vez llegué realmente tarde, los demás ya estaban en plena faena. El mismo escenario desolador de siempre. Unos pocos de mis adorables vecinos, gritándose los unos a los otros, en una sala del sótano de nuestra administradora. A lo mejor piensan que así, en un agujero sin ventanas, nos damos más prisa para concluir nuestros encuentros. Pues no.Estas reuniones tienen algo de terapia de grupo. Cada uno suelta sus penas como le salen de sus intestinos. En esos momentos no puedo evitar la sensación de que se están creando tensiones entre los vecinos - pero a lo mejor estoy muy equivocado, y de lo que se trata es que se están liberando las tensiones, acumuladas en otras ocasiones. Existe un orden del día, pero como si no existiera. La muy valiente chica de la administradora suele intentar contra viento y marea imponer ese orden del día, y a veces incluso lo consigue. Yo la propondría para el Príncipe de Asturias de la Concordia, pero me temo que en Oviedo no me entenderían.Después de dos horas en el sótano de la administradora estaba todo dicho y nada decidido. Y salieron todos tan contentos, menos el alemán que escribe estas líneas. ¡No se guardaban rencor!, o eso parecía, después de haberse dicho de todo y en un tono nada agradable. Volvieron a ser majos en cuestión de segundos. Les salió la vena que más me gusta de los españoles, la de saber tratarse bien sin que parezca mera educación. Venga, adiós, hasta otra.Me tomé la última con Luisa, la del tercero, y con su hijo Carlos. No hablamos del todo bien de los demás, pero el tono de Luisa y Carlos no me sonaba a rencoroso, más bien a extrañado. ¡Qué gusto quitarse la rabia con un par de cañas! En el camino a casa ya estábamos hablando de otras cosas. Yo no le daría los Juegos Olímpicos a Madrid, con lo mal que los madrileños cuidan su ciudad, y fíjate, niño, lo bien que funciona el servicio de limpieza, pero los madrileños son unos cerdos, con perdón, decía Luisa. En la mano de Carlos vi una bolsa de plástico de la Oficina de Turismo Alemán. Sí, sí, he ido allí por lo de nuestro viaje a Neuschwanstein. Por supuesto ni Carlos ni Luisa saben pronunciar el nombre del castillo de Ludovico II de Baviera, pero Luisa lleva soñando con él media vida. En el pasillo de su piso exhibe veinte puzzles de Neuschwanstein, más uno de la corona de Ludovico. Luisa no ha salido de España en su vida, me daría grima. Ahora se atreve. Va a salir al extranjero, a Alemania. Como está cambiando España, que ni los mayores se quedan quietos en su país. Y como conozco a Luisa, no va a parar de hablarme de su viaje, aunque, si me he enterado bien, solo va a estar fuera durante tres días. Pero les aseguro que durante esos tres días voy a echar de menos a mi adorable vecina.